Dice lo siguiente:
Seguro que ha tenido alguna conversación sobre el asunto últimamente. Quizás haya surgido al referirse a las relaciones padres-hijos, profesores-alumnos o jefes-empleados, por ejemplo. También puede haber aparecido al hablar de política, comunicación, justicia o deporte, da igual. A poco que rasquemos afloran opiniones de preocupación -e incluso de indignación- sobre el respeto, o más concretamente sobre la clamorosa ausencia del mismo que abunda en nuestros días.
En su trilogía filosófica Metamanagement, Fredy Kofman, aventajado discípulo de Peter Senge en el prestigioso MIT y reconocido experto en temas de liderazgo y aprendizaje organizativo, considera el respeto como una de las virtudes demostrativas de los cinco valores fundamentales para las personas: felicidad, plenitud, libertad, paz y amor.
Para Kofman "respetar es entender que todo ser humano tiene el derecho inalienable de buscar su felicidad como mejor le parezca, con la sola restricción de respetar el mismo derecho de los demás".
Nuestros abuelos no dudaban en guardar la consideración debida a personas, símbolos o instituciones. Había cosas respetables en sí mismas como la autoridad, la propiedad privada, la edad o el saber, y ese valor se transmitía de padres a hijos.
Hoy, por desgracia, esto del respeto parece pasado de moda, no compatible con un igualitarismo mal entendido. Además, la confianza degenera a menudo en un exceso nocivo.
Buena muestra son los más de cinco mil padres que presentaron denuncias el pasado año en comisarías españolas por malos tratos recibidos ¡de sus hijos! O las amargas quejas de los profesores por su indefensión ante el pitorreo en las aulas, e incluso por recibir amenazas o algún ocasional mamporro (no sé qué diría el padre Silverio si levantara la cabeza).
En nuestras organizaciones las faltas de respeto se presentan con más sutileza, lo que a veces irrita en mayor medida. De hecho, suponen el comportamiento más irritante de los jefes para el 48 por ciento de los colaboradores, como ponía de manifiesto una encuesta de la firma Otto Walter.
No hace falta insultar ni agredir, basta con hacerle sentir a alguien que no cuenta, por ejemplo. El respeto va más allá de la mera aceptación o tolerancia, como dice Kofman. Se trata de mostrar interés real por escuchar y entender al otro, por invitarle a participar o, al menos, comunicarle adecuadamente aquello que le concierne, sin ignorarle ni menospreciar sus aportaciones.
"Cuando somos pobres en el respeto nos volvemos dogmáticos y estrechos de mente. Esto ocurre si nos mostramos temerosos o inseguros y necesitamos creer que nuestra forma de pensar es la única posible", afirma Jacquelyn Small en su Becoming naturally therapeutic.
No debe ser casualidad que el respeto a la persona sea uno de los valores que preconizan internamente las compañías excelentes. Lo importante es que luego actúen sin indulgencia ante comportamientos contrarios a este supremo principio. El trato respetuoso, educado y la consideración necesaria a la persona en su más extensa formulación, son imprescindibles para generar el enganche emocional, el ansiado compromiso al que tanto apelamos.
Difícilmente decide comprometerse quien se siente menospreciado. Así es que manos a la obra, hay que recuperar esa antigualla del respeto y enaltecerla como merece. A partir de ahí, hablemos de compromiso, entusiasmo y entrega en nuestras relaciones personales y profesionales.
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