martes, octubre 26, 2010

Entregar la privacidad

Pop mk ha puesto el dedo en la llaga al hablar de La pérdida voluntaria de la privacidad. Muchas veces pensamos que lo que publicamos en la red no va a delatar nuestra vida pero lamentablemente las arañas de google lo recogen todo, lo almacenan y finalmente lo publican. ¿Existe el anonimato en la red? Cada día es más difícil decir que somos ánimos debido a las múltiples cookies y demás aplicaciones que van espiando nuestra jornada dentro de la red, aún utilizando pseudómimos para interactuar con otros internautas.
La UE comienza a preocuparse por el pasado digital que no se puede borrar en la red de miles y millones de ciudadanos europeos que exponen su vida diaria sin ser conscientes de la memoria perfecta de los buscadores, que lamentablemente para muchos, no olvidan como hacemos las personas.
Pero al mismo tiempo muchas empresas continúan incrementando sus presupuestos en monitorización y acciones de marketing en la red para captar clientes, y lo más preocupante, espiar al consumidor para así tener el poder total del mercado. Las instituciones ya han copiado el sistema, incluidas las de países democráticos, y también comienzan a espiar al ciudadano a través del nuevo canal que ofrece la red (España también). Para muchas agencias de "inteligencia" nunca fue tan fácil controlar a la población, sobre todo por la facilidad de controlar los dispositivos móviles y ordenadores que usamos a diario sin ser conscientes que las comunicaciones que hacemos con ellos no son seguras casi nunca.
Debido a todo esto surgen miles de preguntas que podemos simplificar en la siguiente: ¿qué está pasando con la privacidad de las personas?

A continuación se puede leer la totalidad del post escrito por Ferrán, que hará reflexionar bastante a algunas personas debido a la claridad expositiva del texto:

Lo que nunca adivinaron los guionistas de las películas de ciencia-ficción es que renunciaríamos de manera voluntaria a nuestra privacidad.
Sí, se imaginaron y nos hicieron a todos imaginar pantallas de televisión gigantes, videollamadas, coches que vuelan y mil cosas más, algunas se han hecho realidad y otras no. Pero lo que nunca nunca imaginaron es que renunciaríamos a nuestra privacidad, que dejaríamos a la vista de cualquiera (o casi cualquiera) los datos de dónde estamos en cada momento, qué pensamos, quiénes son nuestros amigos, qué nos gusta, qué no nos gusta, a dónde hemos ido y con quién, qué ignoramos,  incluso qué consumimos.
Foursquare, Blippy, Flickr, Youtube,  Twitter, Facebook, Blogger, foros de opinión, webs de reviews… hay millones de oportunidades para generar contenido, contenido que dice mucho de nosotros. Las empresas nos ofrecen esas plataformas porque obtienen ingresos de ellos a través de la publicidad o venta de productos. Lo que no está tan claro es, ¿por qué lo hacemos?
Cuando nos imaginábamos el futuro, muchas veces pensábamos en regímenes totalitarios o en sociedades paranoicas donde nuestra intimidad estaba constantemente amenazada, donde nuestros datos privados eran una herramienta para coaccionarnos, para intimidarnos, para dominarnos. Y la sociedad se rebelaba, luchaba para recuperar ese espacio de intimidad. Esa era nuestra proyección sobre el futuro viendo un presente con acumulación de datos, bases de datos procesadas por millones de ordenadores, herramientas en manos de gobiernos y de empresas gigantescas.
Sin embargo hemos cedido de forma voluntaria nuestros datos más íntimos. Sin un ápice de lucha, todo lo contrario: alegremente, como ratones siguiendo al flautista de hamelín camino de algún precipio que no imaginamos.
No quiero ser catastrofista, pero jamás el espionaje de ningún país pensó que podría tener semejante acceso a la información de cada individuo. Hoy lo pueden saber todo de todos nosotros. Basta con seguir lo que vamos diciendo voluntariamente. Lo estamos contando todo.
Sólo nos salva la fragmentación, a veces usamos diferentes identidades, a veces diferentes webs… pero esa fragmentación es un juego de niños para la capacidad tecnológica de una gran empresa o de un gobierno. Y nos salva que no todos usamos estas webs, pero cada vez las usamos más, o las usan nuestros amigos, ya no hace falta siquiera un ordenador, basta con un móvil. Y más fácil será aún en el futuro.
Quizá todo empezó cuando nos metimos un teléfono móvil en el bolsillo. En ese momento renunciamos a la privacidad de que nadie sabía dónde estábamos hasta que volvíamos a casa, a estar localizables con nuestro teléfono fijo de siempre. Pero de repente cualquiera nos llamaba y cualquiera podía preguntarnos ¿dónde estás?. Antes preguntabas, ‘eh! qué tal estas?’, ahora lo primero que preguntas es ‘¿dónde estás ahora, puedes hablar?’. Y compartimos con otros donde nos encontramos en cada momento. Y poco a poco fuimos cediendo más y más.
Segundo fue internet. La posibilidad de comunicarnos. Y comenzamos a ampliar nuestro círculo de contactos, de conocidos. Chat, páginas webs personales, emails. Nos comenzamos a comunicar de forma natural con mucha más gente que antes. Ampliábamos nuestros contactos, la gente con la que interaccionábamos. Y entonces comenzamos a competir por ser populares. Porque siempre hemos deseado ser populares. Pero ahora podíamos construirlo, crearlo y  exhibir socialmente nuestra popularidad. Ya no hacía falta recibir la atención de un periódico o revista: ahora estaba en nuestras manos alcanzar la popularidad,  el prestigio social dentro de un círculo. Ascender por la pirámide social.
Y llegaron las herramientas de autopublicación. Era la consecuencia lógica. Y también llegó la banda ancha. Internet dejó de ser principalmente una fuente de información para ser el soporte de la comunicación social entre personas. No me refiero a amigos íntimos o familiares. Me refiero a contactos débiles, que generalmente desaparecían en el olvido con los años, con los cambios de trabajo o de residencia. Internet ahora ha cambiado eso: se acumulan, se mantienen, se alimentan, y crecen. Unos contactos te acercan a otros contactos y amplias tu círculo social a cada paso. Con cada interacción. Subes, asciendes, poco a poco.
A veces es querer ser percibido como el más popular en un foro sobre televisores o coches. A veces es querer ser percibido como el que más seguidores tiene en Twitter. O el que se pega las fiestas más divertidas y con la gente más guapa, como sucede con las fotos en Facebook. O que vive los viajes más envidiables, como muestran las fotos en Flickr. Pero es más y más, alimentar a la bestia social que llevamos dentro. A nuestro instinto. Porque siempre hemos sido así, pero ahora tenemos las herramientas para ir más allá como individuos super-sociales.
El móvil, las herramientas de autocumunicación…  Facebook. Ahora 500 millones de personas dejan en Facebook constancia de sus relaciones, y quieren más. En Blippy dejan reflejado lo bien que compran, o la cantidad de cosas que compran, porque conectan sus tarjetas de crédito con la web y Blippy se encarga de mostrarlo a cualquiera. Y Foursqare nos dice qué populares somos en un sitio, en un local de moda, en una buena tienda. Qué bien sabemos elegir los sitios en los que estamos. Son marcadores sociales, como lo es la ropa el lenguaje o la educación con que nos comportamos. Pero con un alcance infinitamente mayor.
Estamos alimentando nuestro ego social. A cada paso. En cada publicación. En cada interacción. Y nos da un enorme placer. Porque nos da poder, poder social. Ascenso en la pirámide que forma nuestra sociedad, formada a su vez por múltiples pequeñas pirámides, entre ellas la nuestra, la de cada uno.  Y aunque a veces pensamos que estamos mostrando demasiado de nosotros mismos, y de nuestros amigos y familiares, queremos más, captar más la atención, tener más conexiones, situarnos un escalón más arriba en nuestro grupo, subir de grupo. Y no nos importa perder la privacidad, pensamos que lo estamos haciendo todos, que no hay un peligro. Y así creamos y alimentamos nuestra identidad social.
Hace unos años que ya no somos anónimos. Y Youtube, Facebook o Google… guardan cada dato, cada foto, cada tropiezo, nuestra historia.
Imaginábamos que los gobiernos nos obligarían a ceder nuestra intimidad, nuestra privacidad. O que lo harían a escondidas, sin nuestro consentimiento.
Ya lo hemos hecho. Y por instinto. Está en nuestra naturaleza. Ahora los datos están ahí, y sólo se necesitan máquinas para estructurarlos, interpretarlos y que puedan saber qué somos, qué queremos, qué haremos.
Es cuestión de tiempo. Y de dar otro paso más.


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